fugaces amores eternos

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domingo, 17 de octubre de 2010

mascota suicida...

Me gustan los animales, todos o casi todos. Recuerdo que en casa siempre ha habido una o más mascotas simultáneamente... desde las más habituales, que suele haber en la ciudad (perros, algún gato fugaz, pollitos de colores, tortugas, algún pato de vida tan fugaz como el gato, gusanos de seda,  peces y  hamsters) hasta las más inimaginables en un entorno urbano (conejos, gallinas y pollos de perdiz). Por temporadas también han habitado mi casa alguna familia de murciélagos, aunque estos más que mascotas son okupas....


Ello, unido  a mi arraigada creencia en los beneficios que para el desarrollo emocional de los niños tienen los animales en general, y particularmente los que comparten nuestro espacio vital y nuestro entorno cotidiano, me llevaron a adquirir un par de peces de acuario cuando ya mi hija tenía el suficiente conocimiento como para ayudar a cuidarlos y la necesaria madurez para disfrutar de su presencia y para empezar a entender que son seres vivos a los que es necesario y positivo amar y proteger... de ésta forma pienso que le  proporciono experiencias que le ayudan a integrar en su ser el imprescindible amor y la necesaria protección de  la naturaleza y de los seres vivos.

Así que burbujas y blanquita vinieron a casa en un enorme bote de conservar  melocotones... poco tiempo después blanquita se cansó de respirar o se murió de aburrimiento... el caso es que desde entonces sirve de abono natural a uno de mis geranios. Julia  notó la ausencia pero aún era pequeña para entender el concepto de muerte así que fuimos juntas a la tienda de animales más cercana y eligió otro pez al que  llamó valentina.  De ésto hace más de un año, valentina crece a un ritmo de vértigo así que el bote de melocotones dió paso a un pequeño acuario, que ha mejorado notablemente la calidad de vida de sus habitantes.


El pasado verano, valentina y burbujas quedaron al cuidado de unos amigos, mientras la familia disfrutábamos  unos días de vacaciones en la playa... cuando volvimos...¡¡horror... cómo burbujas había podido reducir a la mitad su tamaño!!?? Mis amigos, inventaron varias historias para saciar la curiosidad de Julia al respecto: desde que burbujas sufría un extraño mal  que rejuvenecía sus células hasta que tomó una poción mágica, como Alicia, que la hizo empequeñecer.... aún hoy pregunta de vez en cuando ¿quién le dió la poción a burbujas o porqué ella la tomó?? pero parece haberlo integrado de manera bastante natural...

Respecto a valentina, en el  momento de  sacarla del acuario y depositarla en el  bote de melocotones, de nuevo, para llevarla a casa de los amigos que tendrían que cuidarla, en un sólo golpe de cola saltó por los aires y cayó de plano a mis piés. Por suerte, mis reflejos funcionaron, y pude rescatarla a tiempo de las fauces de berta, nuestra perrita, que se acercaba peligrosamente a olisquear aquello que acababa de caer, convencida de que sin duda era comestible.
Hoy, he vuelto a sacar a ambas del acuario para limpiar el agua. Esta vez he tenido más precaución a la hora de pescar a valentina... Ya me sentía victoriosa cuando, con un nuevo golpe de cola, esta vez más intenso, ha escapado de la ensaladera donde las tenía mientras limpiaba su hogar... me ha pillado desprevenida, así que además del golpe plano en el suelo, ha estado unos segundos -eternos- reptando por el pavimento de la cocina, intentando escapar de mis dedos, una y otra vez...han sido unos segundos, sin duda,  tan angustiosos para ella como para mí.... ella porque se quedaba sin respiración... yo conteniendo la mía, al tiempo que mi cerebro, a una velocidad de vértigo, buscaba la manera de explicar a Julia por qué valentina nos abandonaba dejando desolada a la pobre burbujitas... el temor de no encontrar una respuesta inmediata ha hecho que mis dedos se dejen de tanta suavidad y delicadeza - total después del golpe desde la encimera de la cocina qué mal podían hacer mis dedos en el cuerpo de acero que parece tener  valentina- y de un puñado, la he agarrado y devuelto al agua envuelta en una maraña de pelusas de  berta que han quedado flotando en la superficie cristalina del acuario, mientras entre dientes le he reprochado su comportamiento suicida... Suerte que esta vez berta estaba lejos de la cocina,  ocupada en suplicar algún gusanito de maíz a Julia....

viernes, 8 de octubre de 2010

las monjas y las ranas

Mi primera infancia trascurrió entre médicos, enfermeros, costureras  y monjas... Mis padres trabajaban en "El Neveral", un Hospital en las afueras de la ciudad, por entonces habitado exclusivamente por enfermos de tuberculosis -en su mayoría- y otras afecciones respiratorias. El hospital se encuentra en un entorno privilegiado, inmerso en un mar de pinos, a cierta altitud sobre el nivel de la ciudad, por lo que el aire siempre ha sido límpio y fresco -acorde con el fin para el que fué creado- y el silencio es sólo interrumpido por los sonidos de la naturaleza.
El hospital, por entonces, era atendido por una  comunidad de monjas que se dedicaban - en cuerpo y alma-  al cuidado de los enfermos, por lo que  disponían de estancias propias dentro del mismo edificio donde residían.  El ala donde se alojaban estas hermanas tenía un pequeño jardín de pinos y rosales; en tan sólo  unos cuantos metros cuadrados, la vegetación y los árboles centenarios recreaban el espacio, tamizando la luz del sol y reflejando una frescura casi tangible. Esa frescura  la añadía una pequeña fuente, alicatada con azulejo de imitación árabe,  que ocupaba  el centro del jardín; simulaba un pequeño estanque desde cuyo fondo se erguían fugazmente, buscando la luz ,  un grupo de humildes plantas acuáticas. La fuente-estanque se hallaba custodiada por cuatro ranas de porcelana, de un verde esmeralda intenso, de cuya boca salían parabólicos chorritos de agua que alegraban -aún más, si cabe- el conjunto.  

Dado que la jornada laboral de mis padres era de 12 horas diarias y que el hospital nos había cedido un cortijillo a las espaldas del edificio principal, donde vivimos durante los primeros 6 años de mi vida, mis días trascurrían en el entorno hospitalario. Siempre fuí una niña muy buena y adaptable, por lo que a mis padres les fué muy fácil dejarme al cuidado de otros trabajadores: D. Joaquín - uno de los médicos que más guardias hacía y que me mostraba mayor y más sincero afecto-,  las costureras -que siempre tenían algún camisón o sábana viejos con los que disfrazarme- y las monjas -siempre dispuestas a enseñarme sus primorosas labores-. De todas ellas, que eran un buen número, recuerdo especialmente a Sor Filomena. De su mano recorrí los pasillos prohibidos buscando el acogedor y necesario abrazo de mi madre, me colé en la cocina para saborear algún que otro  reconstituyente vaso de leche templada, entré triunfante en la despensa para conseguir los mejores flanes de huevo caseros que nunca saboreé... Y cuando, tan sólo ella, sabiamente, se percataba de mi soberano aburrimiento mientras las demás monjitas torturaban mi infancia con sus cánticos y letanías, me empujaba discretamente hacia el jardín dónde yo corría entusiasmada a la fuente-estanque para acariciar a alguna de las ranas que tanta fascinación despertaban en mí...y en aquella isla misteriosa, donde   todos los sentidos despertaban y bullían,  podía pasar horas enteras, sin hacer nada más que abandonarme al sonido hipnótico del agua cayendo; mientras tanto, mi imaginación se enredaba, juguetona, entre los rayos de luz que escapaban de  las copas de los pinos... para volver, una y otra vez , a la contemplación de aquellas ranas magníficas, de una belleza casi mágica y que poseían el don de cautivar por completo mi espíritu infantil...



Aún, en este preciso momento, mi memoria auditiva y olfativa rescata del fondo de mi cerebro emocional, una sinfonía perfecta: el canto de los pájaros... el sonido del agua cayendo... el intenso olor de la resina calentada por el sol y matizado por el suave aroma de las rosas... y aquellas ranas verde esmeralda, de tacto suave y frío que acompañaban mis días  guardando mis primeros  secretos y un sin fín de mágicas historias por  imaginar....

viernes, 1 de octubre de 2010

veranillo de San Miguel

Hace apenas unos pocos días que estrenamos  el otoño. Fiel a sí misma,  la nueva estación irrumpió en nuestras calles y en nuestras vidas  según era de esperar: la luz moduló su  intensidad, pintando la ciudad en  tonos más grisáceos, casi plata... la lluvia acudió presurosa a refrescar las calles y las gentes, arrastrando consigo los últimos vestigios del verano, transformando en efímero cualquier fugaz recuerdo estival... el viento apareció tímidamente, como queriendo anunciar su majestuoso porte, el mismo que mecerá el manto de hojas secas que tapice el suelo gris y -a veces- gélido durante los próximos meses.... la sabia empieza a relajar su ritmo frenético de meses atrás y me percato, a través del ventanal del salón, como el chopo que  acompasa su crecimiento al mío desde hace varias décadas, comienza a mudar el color de sus hojas...
También fiel a su cita anual, el veranillo de San Miguel  irrumpe.... se trata de unos cuantos días -generalmente no más de una semana- en que la vida se resiste a apaciguar su ritmo, se revela contra la   implacable sucesión de las estaciones.... durante esta especie de isla entre estaciones los parques que empezaban a adquirir -con las primeras lluvias y con el nuevo juego de luces y sombras- un aspecto de irrealidad casi fantasmal , cobran vida  nuevamente -fugazmente- a través de los juegos y las risas de los niños....


De ésta manera,  sin prisa pero sin pausa, el otoño va acomodándose e imponiendo su propio ritmo a nuestra cotidianidad.... Pero para mí el otoño es, sobre todo, tiempo de renovación... la naturaleza renueva su aspecto, saturando nuestro cerebro con imágenes de una belleza cromática sublime.... los ríos vuelven a renovar su cauce, en ocasiones seco por el sol implacable del verano, regalando a nuestros oídos la melodía incomparable de la vida en movimiento... los membrillos recién cogidos invaden con su descarada fragancia todos los rincones de mi cocina, mientras se dejan acariciar fugazmente por el tímido rayo de sol que se cuela por el ventanal.... Y,  lejos ya el provocador hastío y  la inactividad estival,  Julia renueva también una de sus mayores ilusiones:
 -  mami cuando haga frío ¿vamos otra vez al teatro y a merendar chocolate con churros?. 
 -  claro que sí.
 -  ¡¡bieeen!! entonces voy a preparar el abrigo ¿vale?...